Podría escribir mil cosas sobre la pandemia, pero la constante fue el cambio, mucho se sumo a mi vida y mucho se fue al parecer para siempre, algunas cosas dolieron y otras más me dieron alegría.
Pero de las cosas más importantes es que comencé a ir a terapia, ya lo tenía pensado y simplemente sucedió, cuando empezaba a ser posible salir de casa, cuando no era eminentemente necesario hacerlo por zoom, tomé la decisión y por recomendación de una amiga conocí a Valeria, y que buena decisión, es la terapeuta adecuada.
Ha sido un proceso de montaña rusa, pero lo siento bueno, provechoso, que sana, que me deja mejor que cuando empecé a ir.
Vale me desarmó de paredes, me confrontó, me hizo llorar, amar, aceptar, enfrentarme con mis demonios, mi ansiedad, las expectativas, con mi autoimagen, Woooow, ha hecho mucho en poco tiempo.
La semana pasada, por un proceso que estoy pasando me pidió definir qué es el amor, a mi mente llegaron cosas obvias, que es fuerza, que es sensación de super poder, que es felicidad, pero una tarde camino al depa llegó a mi mente una palabra que me satisfizo, y que creo que es la manera en que ahora estoy resignificando al amor.
Llevo toda la vida conviviendo con definiciones del amor heredadas, aprendidas, inventadas y algunas hasta experimentadas, porque estoy seguro que he sido amado y he amado, con tanta fuerza que duele, que transforma, que da esa sensación de ser super man, de que imposible es apenas una invitación a confrontar la realidad.
Y me dicen que en nombre del amor se ha hecho lo peor y lo mejor de la humanidad, por amor se construyó el Tah mahal y se destruyó Troya, por amor se cortan flores y se riegan plantas, se escriben canciones, se provocan y se detienen guerras, se forman familias, se es eterno.
Por amor conocen a Dios, o al menos así dicen los curas, que Dios es amor, y todo choca porque ese amoroso Dios mata y manda diluvios pero también se sacrifica y regala vida cada mañana como si fueran flores o gotas de lluvia o pinceladas en el atardecer.
Sé que he experimentado el amor, lo siento en donde se siente todo, en este centro al que le decimos corazón y nos da espasmos y brincos de emoción.
Estoy seguro que he vivido eso que llaman amor, con todas las consecuencias del caso, con toda la irresponsabilidad, con todo el compromiso, con todo el miedo y el valor con que dispuse y con todo con el que tenían para darme.
Porque di el amor que tuve disponible y recibí a veces menos del que creí dar pero todo el que tenían en ese lugar en que se guarda el amor para dar, tanto que se nos quedamos vacíos, sin siquiera aire y sin más salida que la huída, por miedo y por haberse abandonado a dar amor.
El amor es lo que más duele y lo que más alegra, y lo que hace que la vida tenga una razón, sin snetido, pero si con un chingo de ganas de hacer y ser eterno, porque se siente tan bien, como si ese brazo que nos arrebataron volviera a su lugar, como si ese lugar vacante que tenemos en el alma se llenara de madrazo, como si una mano entrelazada, un abrazo, un beso, una noche a su lado nos conectara con todo, hasta con ese Dios que es todo y es de todos y dicen que en todo está, más por complicidad que por vouyerismo.
Entonces me detengo, y lo tengo un poco más claro, el amor es plenitud, porque nos regala plenitud y lo regalamos a plenitud, lo que tengamos en existencia, tanto o tonto, pero siempre todo.
Porque nos complementa pero es mejor cuando estamos completos previo a regalarnos, para no generar una deuda del amor que no tenemos y no sabemos en dónde carajos se rellena el crédito del amor.
El amor es eso, el Dios del que habla mi abuela bailando entre dos que se miran a los ojos y sonríen y se reconocen en el otro, dentro del otro, siendo el mismo, formando un algo nuevo y pleno pero que ya estaba ahí.
Y nos reconocemos en todos los límites del cuerpo que de tan pleno a veces hasta dan ganas de comprobarlo, y compartirlo y retar si es verdad que terminamos en la piel con que nacimos.
El amor es plenitud, porque si no fuera eso, no entendería que estar enamorado nos convierte en parte consiente de eso a lo que nombramos (para medio entenderlo) como vida, felicidad o Dios.