miércoles, 6 de diciembre de 2017

a veces, aves, ventanas.


A veces, como hoy, dan ganas de romperlo todo,
los cristales, las ventanas, puertas,
muros, manos (propias)
caras (todas ajenas),
dan ganas de  demostrar la rabia
el hastío, mentarle la madre al presidente,
al regente, al incosiente, al frecuente frío
que se sube a la cama en que hacen falta
más caricias y menos sueños.

A veces dan ganas de meterse en los zapatos,
de cualquiera, una, dos, trecientas veces siete
decir a gritos que merecemos más que lo que cargamos
en los bolsillos, en las cicatrices de la espalda,
en el cheque de la quincena,
en la jodida proyección para la vejez
que me tiran en el rostro todos los economistas.

A veces sobran los relojes, pero me faltan manos,
horas, fuerza, fe, bastón y ganas
el final del juego pero nadie se entera,
ni festeja que otra vez no te rendiste
porque a nadie parece importarle
más que el siguiente estreno en netflix
y la salida del siguiente iPhone XXX

a veces el viento no acaricia,
la música es un bostezo
y mi habitación el preambulo de la oficina,
a veces la vida se pone tan densa como atole,
tan pesada como el libro que llevaba en la primaria
y nunca necesite abrir,

a veces el camino se pone cansado,
y uno echa manos de la canción esperanzada,
de la cita que me tatué en el brazo,
del libro almohada que me dicta
que tengo derecho de gritar la última palabra,
a veces todo esto no me basta,
y la calle se ve sola, y oscura, y jodida,

pero ahí es cuando llegas
sin enterarte de mi pequeña gran tragedia
entre el checador y el tráfico de las 7,
sonriendo como si de eso se tratara la vida,
como si eso bastara para que se borrara
cualquier pelea, cualquier carga sobre los hombros
o que se terminó el café y nadie es bueno
para llenar la cafetera de nuevo,
y sonríes y el jueves se hace viernes,
y la oscuridad se llena de tu mirada,
de tus ojos negros
y pongo esta misma cara de idiota,
porque si basta,
porque tu mirada tan llena que desborda
y tan vacante que quepo entero,
y quiero quedarme a vivir en tu mano,
y hacer de tu pecho mi casa,
y hacer de tu cabello mar
y de tu cuello mi escalera al cielo,
y le das sentido a las canciones
y hasta al tiempo que estabas afuera
de mi abrazo, de mis labios,
de mi vida tantos años,

y sé que eres tú
quien al final me salva,
de este cansancio de viejo,
de esta tristeza heredada,
de este frío que se va, que bueno,
en el momento exacto
en que tu rostro acaricia
el futuro que nace de mi mano.

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